lunes, 31 de octubre de 2016

El fauno volador

Al poco tiempo, en un pequeño valle rocoso cerrado por todos
lados, vio a un enano de hocico en forma de bocina, cuernos en
la frente y miembros como patas de cabra. Al verlo, Antonio, a
fuer de buen soldado, embrazó la rodela de la fe y se tocó con el
yelmo de la esperanza: sin embargo, la criatura le ofreció el fruto
de la palmera para mantenerlo en su viaje y como si viniera en
son de paz. Al ver esto, Antonio se detuvo y le preguntó quién era.
He aquí la respuesta que recibió:
«Soy un ser mortal y uno de los habitantes del desierto al
que los gentiles rindieron culto bajo varias formas engañosas,
con los nombres de faunos, sátiros e íncubos. He sido enviado
como representante de mi tribu. Venimos a suplicarte que pidas
a tu Señor que nos dispense sus favores, pues también es nues-
tro Señor que, según hemos sabido, vino una vez para salvar al
mundo, y cuya voz resuena en toda la Tierra.»
Al oír estas palabras, las lágrimas bañaron las mejillas del
anciano viajero, que mostró así cuan profundamente conmovido
se hallaba, hasta el punto de derramar lágrimas de alegría. Se
regocijó por la Gloria de Cristo y la destrucción de Satanás,
maravillándose al propio tiempo de que pudiese entender el
lenguaje del sátiro. Golpeando el suelo con su bastón, exclamó
entonces:
«¡Ay de ti, Alejandría, que en vez de Dios has adorado a
monstruos! ¡Ay de ti, ciudad ramera, en la que han confluido
los demonios del mundo entero! ¿Qué dirás ahora? Las bestias
hablan de Cristo, pero tú, en vez de adorar a Dios, idolatras a
monstruos.»
Apenas había terminado de hablar cuando la salvaje criatura huyó cual si se hallase dotada de alas.
Que nadie sienta escrúpulos en creer este incidente; su vera-
cidad se halla refrendada por lo que ocurrió cuando Constantino
ocupaba el trono, hecho del que todo el mundo fue testigo. Pues
tenéis que saber que un hombre de esa especie fue llevado vivo
a Alejandría, para ser exhibido ante los maravillados ojos del
pueblo. Cuando murió, se embalsamó su cuerpo con sal, parevitar que el calor del verano lo descompusiese, y así fue pre-
sentado a Antíoco, para que el emperador pudiese verlo.
Extracto del libro:
pasaporte a magonia

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