Mostrando las entradas con la etiqueta teoria. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta teoria. Mostrar todas las entradas

miércoles, 21 de mayo de 2014

¿en realidad la conciencia reside en nuestro cerebro?

Las historias de experiencias cercanas a la muerte (NDE; “near death experience”) son conocidas por la clase médica desde el siglo XIX, aunque han cobrado una reciente actualidad debido al desarrollo de tecnologías que permiten analizar éstas de forma científica. Una publicación en la prestigiosa revista “The Lancet” firmada por Pilm van Lommel y colaboradores devolvió la actualidad a ese tema, a la vez que desde sus páginas se barajaban hipótesis más cercanas al terreno de la pseudociencia, como por ejemplo: ¿reside la consciencia en el cerebro o quizás en un alma incorpórea conectada al cuerpo de alguna manera aún no descrita? Ni que decir tiene que este artículo de “The Lancet” fue duramente criticado por especialistas en neurofisiología, tanto por la forma de obtener algunos de sus resultados, como por las precipitadas y tendenciosas conclusiones alcanzadas. Las experiencias vividas por supervivientes de ataques cardíacos en Holanda El estudio publicado en “The Lancet” se incluyeron experiencias cercanas a la muerte recogidas en varios hospitales en períodos que oscilan entre 4 meses y 4 años (1988-1992), dependiendo del hospital en cuestión. Todos los enfermos fueron declarados clínicamente muertos, fundamentalmente por registro de electrocardiograma plano. Los autores del trabajo definen NDE como aquellos recuerdos que proceden del período de inconsciencia en el que aparecieron sensaciones de estar fuera del cuerpo, de bienestar, observar un túnel de luz, encontrarse con familiares ya fallecidos o ver pasar toda la vida en breves instantes. La definición de muerte clínica se estima en este trabajo por déficit de riego sanguíneo en el cerebro como consecuencia de problemas circulatorios, respiratorios, o ambos. Normalmente si la parada cardiorrespiratoria se prolonga durante más de 5-10 minutos se producen daños cerebrales irreversibles que provocan la muerte. Todo el trabajo está basado en el testimonio de los pacientes y en su buena o mala memoria, así como la confianza de su buena disposición a no mentir buscando notoriedad (algo difícil de comprobar por otra parte). Las entrevistas se realizaron a los pocos días de la resucitación tomando nota también acerca del sexo, edad, religión, nivel educativo, de si habían sufrido algún otro episodio de NDE, si la resucitación se ha realizado dentro del hospital o en el exterior, enfermedades coronarias previas o número de veces que han tenido que ser reanimado en su estancia hospitalaria. También se anota el tiempo en parada cardiorrespiratoria y las medicinas que se suministraron a cada paciente durante el proceso de reanimación.
El estudio incluyó a 344 pacientes, de una edad media de 62.2 años, entre los que el 73% fueron hombres y el 27% mujeres. Prácticamente todos ellos fueron tratados con fentanilo (un agonista opiáceo), droperidol (bloquea la dopamina y tiene fuertes efectos sedantes) o una combinación de fentanilo y droperidol. También recibieron sedantes como el diazepam, oxazepam o midazolam. De los 344 enfermos estudiados, 282(82%) no recordó haber tenido ninguna vivencia NDE, 21 (6%) recordaban NDE superficiales, mientras que 41 (12%) recordaban un NDE profundo. ¿Qué es un NDE profundo? He aquí uno de los ejemplos reflejado en la mencionada publicación y narrado por una enfermera de la unidad de cuidados intensivos coronarios: Durante la noche, una ambulancia trasladó hasta el hospital a una persona de 44 años de edad, cianótico y en estado comatoso, a la unidad de enfermedades coronarias. Este paciente fue encontrado una hora antes en un prado por unos paseantes. Después de la admisión, necesitó de respiración asistida sin intubación, mientras se le practicaba un masaje cardíaco. También fue necesaria la aplicación de desfibrilación. Cuando se procedió a intubarlo me di cuenta de que llevaba dentadura postiza, por lo que se la extraje y la coloqué en el carrito. Mientras, se continuó con las técnicas de reanimación cardíaca. Después de una hora y media, el paciente pasó a tener un ritmo cardíaco y una presión arterial cercana a la normalidad, pero todavía se le mantuvo intubado y ventilado artificialmente ya que seguía en estado de coma. Entonces fue trasladado hasta la unidad de cuidados intensivos. No volví a ver el paciente hasta una semana después, cuando su situación había mejorado de forma importante. Al llevarle las medicinas éste manifestó: “oh, esta enfermera sabe dónde está mi dentadura”. Ante mi sorpresa añadió: “usted fue quien me atendió al llegar al hospital y colocó mi dentadura en el carrito, justo al lado de una botella había un receptáculo donde la guardó”. Estaba especialmente impresionada ya que en el momento que esto ocurría el paciente estaba en coma y en parada cardiorrespiratoria. Cuando indagué un poco más el paciente me comentó que él se vio tumbado en la cama, observándose desde arriba, mientras contemplaba el duro trabajo de médicos y enfermeras para intentar que el corazón volviera a funcionar. Él fue capaz de describir en detalle la habitación en la que se le trató y la apariencia física de todos los que le atendieron. Sintió miedo de que los médicos se diesen por vencidos en las tareas de reanimación, ya que eran pesimistas a su llegada al hospital. El paciente me dijo que intentó comunicarse infructuosamente con los médicos, para decirles que él aún estaba vivo, que no parasen su tarea de resucitación. Afirma que ya no teme a la muerte, y a las 4 semanas se le dio de alta y abandonó el hospital por su propio pie.
¿Qué provoca la “experiencia” según los autores del trabajo? Antes de establecer una hipótesis sobre qué motiva los NDE, los autores tratan de eliminar aquello que piensan que no induce el NDE. De esta forma afirman que no hay factores médicos, farmacológicos o psicológicos que afecten al NDE. Observan además, que las personas menores de 60 años son más susceptibles a sufrir un NDE que los mayores a esta edad, y que las mujeres tienen NDE con mayor frecuencia que los hombres. Un dato curioso, aunque no encuentran explicación al mismo, es que la mortalidad en un período corto una vez abandonado el hospital es mayor entre los que sufrieron el NDE (21%) que entre los que no lo sufrieron (9%). También se observó que entre los que sufrieron un NDE, la mayoría tenía creencias religiosas (70%) y sólo una minoría de ellos poseía estudios primarios (27%). Según los autores de este trabajo deberían descartarse los motivos fisiológicos, como por ejemplo la anoxia cerebral, o inducido por fármacos ya que esas condiciones fueron similares para todos, por lo que la mayoría de los pacientes deberían haber sufrido NDE. Estas experiencias no son exclusivas de este estudio, como ya se ha indicado, por ejemplo en otro estudio con 63 supervivientes de fallo cardíaco, el 11% de ellos informaron de algún tipo de suceso NDE. Uno de los factores que sí parece influir es la edad, algunos autores han mostrado incidencias del 85% de NDE en niños, el 48% en menores de 37 años, y en el trabajo aquí presentado se obtienen datos del 43% en menores de 49 años. Los procesos neurofisiológicos pueden jugar algún papel en los NDE ya que experiencias similares pueden ser inducidos por estimulación eléctrica del lóbulo temporal (y por tanto del hipocampo) durante neurocirugía para la epilepsia, con altas concentraciones de dióxido de carbono o en hipoxia del lóbulo frontal cerebral (como a veces ocurre en pilotos de cazas). También se han descrito casos de NDE tras el consumo de LSD, psilocarpina y mescalina, sustancias que producen alucinaciones. Todas estas condiciones también producen inconsciencia, experiencias extracorpóreas, percepción de luces o recuerdos de vivencias del pasado. Lo que no se ha reportado en estos casos es de pérdida del miedo a la muerte que se asocian a los NDE relacionados con fallos cardíacos. Los autores del artículo terminan afirmando que dado que faltan evidencias que expliquen el NDE quizás la definición aceptada por la comunidad médica de que la conciencia y la memoria está localizada en el cerebro debería ser revisada. ¿Cómo se puede tener conciencia de lo que está pasando desde una visión exterior al cuerpo cuando el cerebro está clínicamente muerto por electroencefalograma? Pese a que el trabajo termina con la típica frase de que hay que investigar más para poder explicar los NDE, se abre la puerta conclusiones tan poco científicas como la afirmación de que hay otro ente extracorpóreo portador de la conciencia y de la memoria.
Empiezan las reacciones En un número posterior de la revista “The Lancet”, así como en otras revistas, diversos neurólogos cuestionan de forma radical las conclusiones del grupo de van Lommel. Una gran duda se plantea: si realmente la memoria está fuera del cuerpo, tanto que ésta sigue funcionando incluso tras una muerte cerebral transitoria, ¿por qué el Alzheimer, los ictus u otros daños cerebrales ocasionan pérdida de memoria? Además se ha monitorizado como la destrucción neuronal provocada por demencias o por el Alzheimer va seguida de pérdidas de memoria sucesivas, cosa que no debería suceder si la memoria residiera en otra parte. La revista “The Lancet” se hizo eco de 4 cartas, en las que otros tantos especialistas añadiendo más información al aportado por van Lommel. En la primera de ellas John Evans, del hospital Radcliffe de Oxford, Inglaterra, informa que los episodios de NDE también ocurren durante las etapas de anestesia general. Estos episodios se explican no por hipoxia cerebral, sino porque por razones desconocidas la cantidad de fármaco suministrado se queda corto para conseguir la inconsciencia absoluta. El tipo de fármacos empleados son similares a los empleados por el equipo de van Lommel, por lo que Evans sugiere que los NDE descritos se deben a episodios de consciencia modulada por drogas, hipoxia y otras situaciones de estrés fisiológico. En los casos de NDE obtenidos durante etapas de anestesia el cerebro está perfectamente funcional, lo que no induce a pensar que la conciencia ha de residir fuera del cerebro. Una duda que se plantea Evans es si las situaciones vividas por los pacientes al límite de la muerte le resultan incomprensibles hasta que las propias entrevistas las ponen en contexto cultural-religioso, modulando las respuestas inadvertidamente. En otra carta Ali Herni Bardy de la agencia nacional de la Salud de Helsinki, Finlandia, critica a van Lommel por afirmar que los pacientes analizados estuvieron clínicamente muertos y que por ello no había actividad cerebral. Según Bardy el hecho de que el electroencefalograma (EEG) no detectara actividad cerebral no significa que el cerebro no funcione en absoluto. Las técnicas EEG sólo detectan la actividad eléctrica de la mitad del córtex cerebral, pero la actividad de la otra mitad, especialmente las zonas más profunda no puede se observada por esta técnica. El EEG no es una buena medida del cese total de actividad cerebral, por tanto hasta que realmente no se pruebe de forma efectiva que el cerebro está completamente inactivo no puede sugerirse que la conciencia no resida en el cerebro. Giorgio Buzzi de Ravena, Italia, añade una nueva situación en los que los NDE se ponen de manifiesto: la parálisis durante el sueño, un estado REM en el que las personas dormidas se sienten fuera del cuerpo y se observan desde arriba durmiendo en la cama. El grupo de Buzzi publicó un trabajo en el analizó a 264 personas que habían sufrido parálisis mientras dormían. De todas ellas, 28 (11%) tuvieron NDE. Invitó a todos ellos a realizar un test muy simple: intentar identificar objetos que estaban en lugares poco comunes, decir la hora que marcaba el reloj y que prestaran especial atención a los detalles que habían en el lugar y lo compararan con el real. Sólo 5 de ellos quisieron contestar a esas preguntas: los objetos colocados en lugares poco usuales (por ejemplo sobre los armarios) nunca fueron identificados en los NDE. Los relojes marcaban tiempos imposibles. Para este autor el origen de estas experiencias pueden proceder de imágenes generadas por activación cerebral durante la fase REM del sueño. Empleando tomografía de positrones (PET) el grupo de Marquet y colaboradores encontraron una correlación muy significativa entre el sueño REM y una elevada actividad en las áreas cerebrales implicadas en la formación y consolidación de la memoria. En sueños con el REM disociado, la activación de estas estructuras durante la inhibición de las zonas de la corteza cerebral puede provocar el almacenamiento de imágenes oníricas procedentes de la sala donde se está durmiendo. Por tanto, las NDE, la visiones desde fuera del cuerpo, y posiblemente otros fenómenos, como luces o imágenes rápidas del pasado, podrían representar una desinhibición de estructuras del sistema límbico debido a condiciones de hipoxia en el neocórtex, más que fallos de memoria o interpretaciones pseudocientíficas como los fenómenos paranormales. Grandes afirmaciones requieren grandes evidencias Las NDE todavía suponen un desafío para la neurología, pero no son las únicas. Aunque sabemos muchas cosas acerca de cómo funciona nuestro cerebro todavía hay grandes lagunas de conocimiento en él. Y una de esas lagunas estriba en cómo se construye un pensamiento abstracto (tanto de forma consciente como inconsciente) y como se almacena. Todos los datos que se han reunido hasta ahora indican que es cerebro el encargo de esa actividad, que fallos en alguna de las partes del mismo pueden bloquear, de forma transitoria o permanente, esos procesos, y que éstos pueden ser inducidos de forma artificial por determinadas sustancias. Por todo ello afirmar que existe una estructura encargada de la conciencia y almacenamiento de la memoria localizada fuera del cerebro y conecta por mecanismos paranormales a ésta requiere de un elevado número de evidencias, como ocurre cuando se realiza una afirmación extraordinaria. Y eso no parece haberse cumplido todavía. Todo lo contrario, los NDE pueden darse con un cerebro perfectamente activo (personas anestesiadas, bajo un sueño paralizante o inducido por drogas), no se ha demostrado de forma irrefutable que las personas que describen el NDE no tuvieran ningún tipo de actividad cerebral, ya que los EEG empleados no detectan actividad en la mitad del córtex. Además las propias entrevistas pueden sugerir de forma involuntaria pistas acerca de las respuestas o dar información de forma inadvertida; así Greyson y colaboradores mostraron que personas religiosas y que han sufrido fenómenos paranormales son los que describen NDE más profundos, mientras que los entrevistados son incapaces de describir objetos colocados en sitios sólo observables desde alto en lugares desconocidos por el paciente. Esto vuelve a colocar la carga de la prueba en los que insisten en que la conciencia reside fuera del cerebro, tendrán que demostrar que efectivamente los NDE (que recordemos que sólo se dan en un porcentaje muy bajo de los que se encuentran en el umbral de la muerte) se dan en una persona sin actividad cerebral. Además deberán explicar así mismo por qué las enfermedades infecciosas, degenerativas o tumorales que destruyen tejido cerebral, provocan una pérdida sucesiva de consciencia y memoria. Si las conexiones no son físicas sino inmateriales, ¿cómo algo material como un trombo, un prión o un conjunto de proteínas mal plegadas pueden hacer perder la memoria en vida? Muchos investigadores describen el siglo XXI como el siglo del cerebro, el momento de la historia en que se desentrañarán muchos de sus misterios. Tapando esos agujeros de conocimiento que ahora tenemos quizás se evite que se cuelen por los mismos ideas pseudocientíficas y mitos del pasado que aseguran explicar todo aquello que sigue siendo desconocido.
fuente/ la ciencia y sus demonios
Referencias: -Bardy, A.H. (2002) Lancet 359:2116. -Buzzi, G. (2002) Lancet 359:2116-2117. -Buzzi, G. (2002) (http://www.sro.org/2000/Buzzi/61/) -Cobcroft, M.D. (1993) Anaesth. Intensive Care 21:837-843. -Evans, J.M. (1987) London:Butterwoths 1987:184-192. -Evans, J.M. (2002) Lancet 359:2116. -Greyson B. (1998) Med. Psychiatry 1:92-99. -Greyson, B. (2003) Gen. Hospital Psychiatry 25:269-276. -Lempert, T. y col. (1994) Lancet 334:829-830. -Maquet, P. y col. (1996) Nature 383:163-166. -Moerman, N. y col. (1993) Anaesthesiology 79:454-464. -Paolin, A. y col. (1995) Intensive Care Med. 21:657-662. -Van Lommel, P. y col. (2001) Lancet 358:2039-2045.