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lunes, 1 de junio de 2020

LA MUJER CABALLO DE AGUASCALIENTES



En el pueblo mágico de Calvillo, Aguascalientes, existe una leyenda que tanto ha perturbado a muchos de sus habitantes, puesto qué hay un fantasma femenino que deambula por la noche buscando castigar a las personas impuras, cómo ella lo fue cuando vivía.

Esta aterradora historia comienza con una hermosa mujer, era felizmente casada, pero su atractivo físico la hizo presa de los piropos y detalles de los hombres, y aunque en un principio ella los rechazaba, no siempre iba a ser así, pues de pronto apareció en su camino un apuesto joven, al cual no se pudo resistir y lo hizo su amante.

Pasó el tiempo y ellos mantuvieron una duradera relación, hasta que el esposo de la mujer los descubriera, este enloqueció de rabia y mató al joven con quien lo engañaba su amada, sin embargo lo que le esperaba a la esposa era la peor parte de la historia.


Pues este amarró a su mujer a un caballo, para después el hombre montarlo, mientras la esposa era arrastrada por los caminos llenos de piedra hasta que perdió la vida y su belleza, ya que su rostro quedó completamente desfigurado e irreconocible.

A partir de ese momento una maldición cayó sobre la mujer infiel y su espíritu no se pudo ir a descansar, sino fue condenado a quedarse en nuestro mundo para castigar a las personas infieles o que cometen actos pecaminosos, pues poco después de que ella fue asesinada, cadáveres comenzaron a aparecer en Calvillo, y todos ellos tenían en común que tenían una relación extramarital.

En tiempos actuales, los habitantes de Calvillo “la capital de la Guayaba” cuentan que personas infieles, borrachos o apostadores, son más propensos de encontrarse con una bella mujer de curvilínea silueta y una larga cabellera, pero cuando alguien trata de alcanzarla, ella muestra su verdadero rostro, el de un caballo.

Se dice que suele aparecerse después de la medianoche por la calle Gómez Portugal, y más en los alrededores de la central camionera donde hay un monumento a la mujer caballo.

fuente:

martes, 25 de junio de 2019

La mujer herrada



Dicho suceso aconteció entre los años de 1670 y 1680, en el número 3 de la Calle de la Puerta Falsa de Santo Domingo, hoy llamada Perú, en el centro histórico de la ciudad de México. La casa aún existe, y es la número 100.
En ese lugar vivía un clérigo, quien, pese a sus votos eclesiásticos, se había amancebado con una “mala mujer”.
Cerca de ahí, en la entonces Calle de las Rejas de Balbanera, un herrero había levantado su casa y su taller. El herrero resultaba ser gran amigo del clérigo. Gracias a este lazo espiritual, se creía con el deber de aconsejarlo que dejara a aquella mujer, pues sus tratos carnales con ella constituían un gran pecado. Por supuesto, el clérigo jamás escuchó razones.
En cierta ocasión, avanzada ya la noche, el herrero escuchó fuertes golpes en su puerta. Temiendo que pudieran ser ladrones, se levantó de la cama temeroso y preguntó quien tocaba la puerta. Resultó que eran dos personas de color, quienes aseguraron que llevaban un encargo de su patrón, aquel clérigo amigo suyo.
Le rogaba que le herrara la mula, pues muy temprano debía hacer un viaje al santuario de la virgen de Guadalupe. El herrero reconoció la mula de su compadre, y aunque de mala gana, por lo avanzado de la hora, le clavó las cuatro herraduras de rigor. Al finalizar la tarea, las dos personas se llevaron al animal, pero dándole fuertes golpes, que el buen herrero los reprendió.
En la mañana el herrero salió a ver a su amigo, pues quería saber el motivo de la urgencia. Grande fue su sorpresa al hallar al clérigo aún en cama. Le recriminó que lo hubiera despertado a media noche, y quería saber por qué tenía tanta prisa de herrar a la mula. El clérigo escuchó atento la historia, y le explicó que él no había enviado a ningún criado, que seguramente se trataba de una broma que alguien quiso jugarle al herrero.
Al llegar a esta conclusión, ambos comenzaron a reír, y trataron de despertar a la mujer del clérigo para contarle la travesura que habían sufrido.
Primero le hablaron con voz baja, después el tono comenzó a subir e incluso la movieron. Pero la mujer estaba quieta, perfectamente muerta. Al destaparla, ambos miraron con horror: los pies y las manos de la mujer tenían clavadas las cuatro herraduras que el herrero había colocado en las pezuñas del animal. Su cuerpo mostraba golpes por todos lados: los golpes que los dos negros habían propinado tan cruelmente a la mula la noche anterior.

By Erik el Godo