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miércoles, 22 de octubre de 2014

LA LEYENDA DE XTABAY (MEXICO)



La Mujer Xtabay

Los mayas de Yucatán son sin duda alguna, quienes mejor han conservado su idioma. Si no pueden interpretar, como tampoco lo ha hecho nadie en el mundo, sus complicados jeroglíficos, verdaderos retos ideográficos, si mantienen vivo su idioma lleno de firos y genuflexiones extraordinarios y en su fonética han sabido copiar el vuelo del murciélago dzib y lo que dice el pájaro Puhuy. Temen al temible Kahazbal y a los Aluxes, pequeños duendecillos del bosque y de las siembras, porque ellos, los mayas, no han permitido aún la corrupción idiomática que introdujeron los hispanos que vinieron a hacer confuso todo lo relativo al suelo que en mal día hollaron.
De esta forma se ha conservado intacta la hermosa leyenda, una de las más lindas, bellas leyendas yucatecas de las miles y miles que flotan como el perfume de la flor Xtabentún en el viento tibio de Mayab, o se esconden en las profundidades cavernosas de los cenotes de donde sale el agua fresca y clara y los cuentos que perduran en el alma yucateca. Esa leyenda es la que se refiere a la mujer Xtabay.
Bajo la luna del antiguo Mayapan, al socaire de los asombrosos templos de los itzaes, he oído repetida esta leyenda sin que nadie le quite o le aumente a su albedrío, sin que ninguno ose deformarla y así, como joya de milagrería se conserva para deleite de quien oye o de quien lee esta historia que como muchas no se ha borrado, no se borrará jamás, porque ha quedado inscrita en los libros antiguos y en las páginas sagradas del recuerdo Maya.
Dice pues la leyenda que la mujer tabay es la mujer hermosa, inmensamente bella que suele agradar al viajero que por las noches se aventura en los caminos del Mayab. Sentada al pie de la más frondosa ceiba del bosque, lo atraé con cánticos, con frases dulces de amor, lo seduce, lo embruja y cruelmente lo destruye.
Los cuerpos destrozados de esos incautos enamorados aparecen al día siguiente con las más horribles huellas de rasguños, de mordidas y con el pecho abierto por uñas como garras.
Muchos ladinos, gentes que desconocen el origen verdadero de la mujer Xtabay, han dicho que es hija del Ceibam que nace de sus torcidas y serpentinas raíces pero eso no es verdad, la auténtica tradición maya dice que la mujer Xtabay nace de una planta espinosa, punzadora y mala y si es que la Xtabay aparece junto a las ceibas, es porque este árbol es sagrado para los hijos de la tierra del faisán y del venado y muchas veces en cobijo y sombra, se acogen bajo sus ramas, confiados en la protección de tan bello y útil árbol.
Vivían en un cierto pueblo de la península yucateca dos mujeres siendo el nombre de una de ellas Xkeban o mejor decir su apodo ya que Xkeban quiere decir prostituta, mujer mala o dada al amor ilícito. Decían que la Xkeban estaba enferma de amor y de pasión y que todo su afán era prodigar su cuerpo y su belleza que eran prodigiosos, a cuanto mancebo se lo solicitaba. Su verdadero nombre era Xtabay.
Muy cerca de la casa que ocupaba esta bellísima mujer, habitaba en otra casa bien hecha, limpia y arreglada continuamente, la consentida del pueblo que llamaban Utz-Colel, que en la traducción hispana sería mujer buena, mujer decente y limpia. Erase esta mujer la Utz-Colel, virtuosa y recta, honesta a carta cabal y jamás había cometido ningun dezlis ni el mínimo pecado amoroso.
La Xtabay tenía un corazón tan grande, como su belleza y su bondad la hacía socorrer a los humildes, amparar al necesitado, curar al enfermo y recoger a los animales que abandonaban por inútiles. Su grandeza de alma la llevaba hasta poblados lejanos a donde llegaba para auxiliar al enfermo y se despojaba de las joyas que le daban sus enamorados y hasta de sus finas vestiduras para cubrir la desnudez de los desheredados.
Jamás levantaba la cabeza en son altivo, nunca murmuró ni criticó a nadie y con absoluta humildad soportaba los insultos y humillaciones de las gentes.
En cambio bajo las ropas de la Ut-Colel se dibujaba la piel dañina de las serpientes, era fría, orgullosa, dura de corazón y nunca jamás socorría al enfermo y sentía repugnancia por el pobre.
Y ocurrió que un día las gentes odiosas del pueblo no vieron salir de su casa a la Xkeban y supusieron que andaba por los pueblos ofreciendo su cuerpo y sus pasiones indignas. Se contentaron de poder descansar de su ignominiosa presencia, pero transcurrieron días y más días y de pronto por todo el pueblo se esparció un fino aroma de flores, un perfume delicado y exquisito que lo invadía todo. Nadie se explicaba de dónde emanaba tan precioso aroma y así, buscando, fueron a dar a la casa de la Xteban a la que hallaron muerta, abandonada, sola.
Más lo extraordinario era que si la Xkeban no estaba acompañada de personas, varios animales cuidaban de su cuerpo del que brotaba aquel perfume que envolvía al pueblo.
Entrada la Utz-Colel dijo que esa era una vil mentira, ya que de un cuerpo corrupto y vil como el de la Xkeban, no podía emanar sino podredumbre y pestilencia, más que si tal cosa era como todos los vecinos, decían, debía ser cosa de los malos espíritus, del dios del mal que así continuaba provocando a los hombres.
Agregó la Utz-Colel que si de mujer tan mala y perversa escapaba en tal caso ese perfume, cuando ella muriera el perfume que escaparía de su cuerpo sería mucho más aromático y exquisito.
Más por compasión, por lástima y por su deber social, un grupo de gentes del poblado fue a enterrar a la Xkeban y cuéntase que el día siguiente, su tumba estaba cubierta de flores aromáticas y hermosas, tan tapizado estaba el túmulo que parecía como si una cascada de olorosas florecillas hasta entonces desconocidas en el Mayab, hubiera caído del cielo. La tumba de la Xkeban duró todo el tiempo florecida y olorosa.
Poco después murió la Utz-Colel y a su entierro acudió todo el pueblo que siempre había ponderado sus virtudes, su honestidad, su recogimiento y cantando y gritando que habia muerto virgen y pura, la enterraron con muchos lloros y mucha pena.
Entonces recordaron lo que había dicho en vida acerca de que al morir, su cadáver debería exhalar un perfume mucho mejor que el de la Xkeban, pero para asombro de todas las gentes que la creían buena y recta, comprobaron que a poco de enterrada comenzó a escapar de la tierra floja, todavía, un hedor insoportable, el olor nausabundo a cadáver putrefacto. Toda la gente se retiró asombrada.
En su idioma maya dicen los viejos que aún cuentan la historia con todos los detalles que debió ocurrir en la leyenda, que hoy la florecilla que naciera en la tumba de la pecadora Xkeban, es la actual flor Xtabentún que es una florecilla tan humilde y bella, que se da en forma silvestre en las cercas y caminos, entre las hojas buidas y tersas del agave. El jugo de esa florecilla embriaga muy agradablemente, como debió ser el amor embriagador y dulce de la Xkeban.
Tzacam, que es el nombre del cactus erizado de espinas y de mal olor por ambas cosas, intocable, es la flor que nació sobre la tumba de la Utz-Colel, es la florecilla si bien hermosa sin aroma alguna y a veces de olor desagradable, como era el carácter y la falsa virtud de la Utz-Colel.
Esto es lo que ha dicho el maya y lo sigue repitiendo a través del tiempo, sin cambiarlo, sin ponerle ni quitarle, como deben conservarse las cosas nuestras, intactas, con las mismas palabras con que nacieron en el mito, en la leyenda, en el alma de quienes tan dulcemente han tejido estas historias.
No es pues la Xtabay, la mujer mal que destruye a los hombres después de atraerlos con engaños al pie de las frondosas ceibas, pero puede ser otro de esos malos espíritus que rondan por la selva al acecho del peregrino que cruza los caminos aún poblados de superstición y de leyenda.
Puede ser el ama errante de una de tantas vírgenes sacrificadas a la orilla del cenote sagrado, puede ser la vaporosa figura de una mujer que llora el engaño del amado.
Pero la Xtabay, jamás.
Esto dicen las mayas, esto han contado y seguirán contando los hombres de esa tierra en donde conservan el ritual de un relato y defienden sus costumbres de una intromisión que aniquilo su cultura.
http://mitosyleyendascr.com/

sábado, 4 de octubre de 2014

LA REINA ROJA DE PALENQUE



La Reina Roja es el poético nombre que se le dio a una osamenta hallada en el Templo XIII de las ruinas de Palenque, ciudad maya del estado de Chiapas. Estas ruinas arqueológicas  abarcan una superficie de 2.5 kilómetros cuadrados, de los cuales se ha explorado solamente cerca del 10%. La ciudad maya de Palenque es considerada como Patrimonio de la Humanidad desde el año de 1987. A la llegada de los colonizadores españoles, la zona de Palenque se conocía entre los choles con el nombre de Otolum, Tierra de Casas Fuertes, por lo cual Pedro Lorenzo de la Nada, fraile dominico conquistador ideológico, le nombró “palenque”, término que en lengua catalana, palenc, significa “fortificación”. Palenque es considerada como una de las ciudades más importantes del Período Formativo maya (de 2,500 a.C. a 300 d.C.) período en que fuera fundada Lakam Ha hacia el año 100 a.C. como una aldea de agricultores. La ciudad creció durante el Período Clásico Temprano (200-600) hasta llegar a ser la capital de la región de B’akaal, “hueso”, en el Período Clásico Tardío, la cual alcanzó su máximo esplendor entre los años 615 y 783 d.C. en que se construyeron grandes centros ceremoniales, mausoleos, palacios, acueductos, y demás edificios que delatan su importancia y poderío.


Las investigaciones antropológicas más fidedignas indican que la osamenta encontrada en Palenque pertenecía a una mujer que en vida llevó el nombre de Tz’akbu Ajaw, o Ahpo-Hel su otro nombre. Fue esposa de K’inich Janaab’ Pakal II, El Grande, ahau, gobernador, del ajawlel, señorío maya, del mencionado B’aakal asentado en Lakam Ha, el Lugar de las Grandes Aguas. Pakal II nació el 23 de marzo de 603, en los inicios del Período Clásico, y murió el 28 de agosto de 683, o sea que tuvo una larga vida. El padre de Pakal fue K’an Mo’Hix, y a su madre se la conoció con el nombre de Sak K’uk. Pakal subió al trono a la temprana edad de doce años el 9.9.2.4.8.5 lamat mol, o séase el 26 de julio de 615. Su gobierno fue próspero, pues dio impulso a la construcción arquitectónica de Palenque, y se preocupó por llevar los registros jeroglíficos de su mandato. Pakal contrajo matrimonio con la Reina Roja el 19 de marzo de 626 cuando contaba con 23 años.

Tz’akbu Ajaw, Señora de la Sucesión, fue la hija de Yax Itzam Aatmi, tuun ajaw, “gobernante de la piedra preciosa”, de Ux Te’ K’uh; por cierto gobernante de mediana importancia. La Reina Roja nació alrededor de 610 en Ox Te’Kuh, en las llanuras del estado de Tabasco, y murió el 16 de noviembre de 672. La real pareja tuvo tres hijos: K’inich Kan Balam II, Serpiente Jaguar Radiante, nacido en el año de 635; K’an Joy Chitam II, Gran Pecarí Precioso dado a luz en 644; y Tiwwol Chan Mat cuyo nacimiento se situa en 648. El primer hijo fue un ahau del Señorío de B’aakal, situado en Lakam Ha’, a quien se debe la construcción los grandes edificios públicos de Palenque. El segundo hijo fue también gobernante de B’aakal, y a él se debe la talla del tablero en el Palacio de Palenque que representa el momento en que subió al trono y recibió la diadema real de manos de su padre Pakal El Grande, mientras que la Reina Roja le hace entrega de las insignias de guerra del pedernal y el escudo.

La Reina Roja no fue una mujer muy alta, media tan solo un metro cincuenta y ocho centímetros, que tal vez para la época era un promedio alto; lucía  el cráneo deformado a la manera tubular oblicua, como era costumbre llevar entre las mujeres de la nobleza maya. Cuando niña de cuna había sufrido el proceso del vendaje con tablillas amarradas a la cabeza para lograr la deformación craneana, la cual se consideraba como el súmmum de belleza tanto masculina como femenina. La hermosa Reina Roja con el paso de los años, que no perdonan a nadie, sufrió de osteoporosis, y posiblemente le dolían las piernas cuando caminaba por su lujoso palacio o cuando asistía a las ceremonias religiosas. Además, Tz’akbu Ajaw padecía una terrible artritis degenerativa que le impedía utilizar el telar de cintura y fabricar sus bellos collares de jadeíta y turquesa. Sus dientas careados la  deben haber hecho sufrir mucho, a pesar de haberse sometido a varias curas en manos de los doctores de la corte.
Afectada por tantas enfermedades para las cuales no había cura posible, la Reina Roja encontró la muerte en el año 672, como queda dicho, y su esposo Pakal II decidió enterrarla dentro de un sarcófago. Así pues, el enamorado esposo mandó construir el Templo de las Inscripciones para gloria del ahau, para que descansara la Reina, y para posteriormente acogerlo a él también. Para llegar a la cámara mortuoria donde reposarían ambos cuerpos, se hacía necesario descender una escalera interior, pues la cámara se encontraba a 1.50 metros bajo tierra. En esta cámara se encontró, cientos de años después, la maravillosa osamenta de la Reina Roja la cual descansaba en una de las recámaras de una subestructura que constaba de una puerta y un pasillo, dentro de un sarcófago monolítico. Dicho sarcófago medía 2.40 centímetros de largo por 1.18 de ancho y estaba colocado en un recinto abovedado. Sobre la lápida del sarcófago se encontraba un incensario y un malacate de hueso; en su lado poniente quedaron los restos de un niño de aproximadamente ocho años, y en el lado este los de una mujer de treinta años no muy alta que murió al quitársele el corazón a manos de los sacerdotes. Se trataba de “acompañantes” sacrificados a la Reina Roja para que le hiciesen compañía en su viaje al más allá. Los huesos de Tz’akbu Ajaw estaban pintados con cinabrio, un mineral de mercurio y azufre que da una coloración roja, color que dio pie a su inmortal nombre, aunque ella nunca lo supiera. La cámara en la cual fue hallada, contaba con un psicoducto: una perforación que le permitió a la Reina Roja comunicarse con Xibalbá; es decir, el Inframundo de los mayas, y descender las escaleras que desembocan en un río sagrado.

La Reina Roja llevaba una máscara mortuoria hecha con cien piezas de malaquita (procedentes de las costas de Guerrero), la hermosa piedra semipreciosa de color verde, y dos conchas a manera de orejeras; dos láminas de obsidiana hacían las veces de pupilas y cuatro de jadeíta fungían como iris. Una máscara más pequeña de jade adornaba una especie de cinturón; la reina portaba pulseras, cuentas circulares y un collar. Como corona ostentaba una diadema, símbolo de la nobleza maya.
Actualmente, la Reina Roja se encuentra resguardada en una bodega de la zona de Palenque donde espera su liberación.
Sonia Iglesias y Cabrera

Fuente: La Reina Roja. Leyenda maya.