Huitzilopochtli: Colibrí de mano izquierda, dios del sol y la guerra. Su madre era Coaticue, la diosa de la tierra devoradora de cadáveres, quien había dado a luz a la luna y las estrellas.
Tlaloc: Dios de la lluvia y la fertilidad. Era el dios al que le eran sacrificados la mayoría de enemigos y niños. Este dios permitía a sus sacerdotes particulares que al volver a casa tomaran posesión de quien se cruzara en su camino. Si se resistían, los sacerdotes tenían permiso para azotarlos hasta arrancarles la piel a tiras.
Quetzalcoatl: Dios de la sabiduría sacerdotal y de la naturaleza, quien se convertía en las noches en un monstruo con cabeza de perro. Este dios creo a la humanidad de una forma muy curiosa: Un día, cuando se paseaba por el reino del Señor de los Muertos, empezó a recoger los huesos de mujeres y hombres de viejas civilizaciones ya extinguidas manteniéndoles separados cuidadosamente). Por desgracia, mientras huía del Señor de los Muertos, tropezó y se le cayeron los huesos, que se rompieron al instante. Recogió todos los pedazos, los metió a toda prisa en una bolsa y se los llevó a una diosa llamada Chuacoatl (mujer-serpiente) quién los desmenuzó en una mezcla. Entonces, Quetzalcoatl y sus compañeras diosas se extrajeron la sangre de sus partes privadas para humedecer con ella los huesos molidos y hacer así una masa. De esta masa fueron moldeados un hombre y una mujer.
Tezcatlipoca: Señor del aquí y ahora. Junto con Quetzalcoatl, sujetaban los muslos del gran monstruo de la tierra, cuando nadaban en las aguas primigenias y, de manera bastante brusca la partieron por la mitad, formando así la tierra y los cielos. En el día de su festival, todos los esclavos tenían su día libre, se quitaban el yugo de madera y todos los demás tenían que tratarles bien.
Xipe Totec: El dios desollador de la fertilidad, la primavera y la vegetación. Xipe Totec gozaba ordenando que desollaran (quitarle la piel a una persona estando viva) a las víctimas que eran sacrificadas en su honor.
En la religión azteca, había tantos dioses secundarios por todas las tierras aztecas, que los campesinos los llamaban con un nombre de grupo: los cuatrocientos conejos.