Si
existe una nación en la cual el apetito por el misterio se cruza con la
experiencia paranormal, se trata sin dudas del país azteca. La combinación de
numerosos aportes culturales autóctonos, sumados al legado hispánico, alimentan
un folklore que se remonta a períodos precolombinos y que no ha hecho sino
acrecentar su influencia con el paso de los siglos, dando lugar a una enorme
cantidad de mitos, leyendas y leyendas urbanas.
Un hombre alto,
de aspecto elegante, de impecable traje negro compuesto por una chaqueta corta,
una camisa, un pantalón ajustado y un sombrero de ala ancha deambula en la
profundidad de la noche en los solitarios tramos que unen los pequeños pueblos
del México rural sobre el lomo de un caballo enorme y de color azabache.
Quienes han tenido trato con él lo presienten como el Diablo . No ignora a los
hombres, a los que ofrece amable conversación, pero su clara preferencia son
las mujeres, a las que seduce con mirada elocuente y palabras cálidas.
Nada malo puede decirse del charro negro
si el viajero se limita a permitir su compañía hacia su lugar de residencia; si
se acerca el amanecer, se despedirá cortésmente y se marchará con tranco lento,
al igual que si el sendero que recorre lleva a las cercanías de una iglesia.
Pero si, por el contrario, la mujer cede a sus ofertas de aligerar el viaje y
condesciende a montar el caballo, esa acción será el principio del fin: una vez
sobre el animal, la infortunada descubre que es imposible apearse. Es entonces
cuando el charro negro vuelve su montura y se aleja, con rumbo desconocido, sin
hacer caso de los ruegos o los gritos de su víctima, a la que no se vuelve a
ver jamás.
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