el 20 de octubre de 1954, un habitante de Parradicino d'Erba,
localidad próxima a Como, acababa de meter su automóvil en el
garaje cuando vio a un ser extraño, enfundado en un traje luminoso
de poco más de un metro de estatura, que estaba de pie junto
a un árbol. Cuando vio al automovilista, el ser le aplicó el rayo
de una especie de lámpara, paralizando al testigo hasta que un
movimiento que hizo al cerrar el puño con que sujetaba las llaves
del garaje pareció devolverle el uso de sus miembros. Se abalanzó
entonces sobre el extraño ser, que se alzó del suelo y se alejó
por los aires con un suave silbido. El protagonista de esta increíble
historia tenía entonces treinta y siete años y gozaba en el
lugar de excelente reputación. Llegó a su casa tremendamente
impresionado y se acostó con fiebre altísima. Los detalles del
caso se obtuvieron a través de una investigación efectuada por
la Policía italiana.
Once años después, los archivos de informes sobre aterrizajes
y seres extraños asociados con ellos eran ya muy volurninosos.
Empezó entonces una nueva oleada de informes. El 1.° de julio
de 1965, Maurice Masse, un agricultor francés de la localidad de
Valensole, protagonizó el siguiente suceso. Cuando a las seis de
la mañana llegó a su campo y se disponía a poner en marcha el
tractor, oyó un ruido insólito. Dirigiéndose hacia el punto de
donde procedía, vio un aparato que había aterrizado en su campo
de espliego. Supuso que se trataba de un prototipo y se encaminó
hacia él, con intención de decir a los pilotos, en términos inequívocos,
que fuesen a buscar otro terreno de aterrizaje para su armatoste.
Pero, cuando llegó a unos seis metros de la máquina,
pudo ver plenamente la escena y comprendió su error.
El objeto era de forma ovoide, tenía una cúpula redondeada,
se apoyaba en seis patas muy finas y un pivote central, y no era
mayor que un automóvil. Frente a él, examinando al parecer una
mata de espliego, se hallaban los dos pilotos. Vestían un traje de
una sola pieza de color gris verdoso. En el lado izquierdo de sus
cinturones llevaban un pequeño recipiente y en el lado derecho
otro mayor. Medían aproximadamente un metro de estatura y
sus ojos eran humanos, pero sus orejas eran muy grandes: unas
tres veces mayores que una oreja humana. Prácticamente no
tenían boca, sólo una diminuta abertura, sin labios.
No llevaban
aparatos respiratorios, casco ni guantes. Mostraban unas manos
normales, pero pequeñas. Cuando Masse se acercó a ellos, pareció
como si se diesen cuenta de pronto de su existencia, pero uno
de los «pilotos», sin mostrar el menor temor o sorpresa, sacó
entonces un tubito de su caja y lo apuntó a Masse... con el resultado
de que el testigo se encontró súbitamente incapaz de realizar
el más pequeño movimiento.
Durante cosa de un minuto, los dos seres miraron a Masse.
Parecían cambiar vocalmente sus impresiones, en una especie de
jerigonza. El testigo insistió en que estos sonidos brotaban de
sus gargantas, pero sin que ellos moviesen la boca. Entretanto, los
ojos mostraban expresiones humanas. Masse dijo a un investigador
privado, en una conversación particular, que la actitud de
aquellos seres no le asustó, pues mostraban mas curiosidad amistosa
que hostilidad hacia él.
Al cabo de cierto tiempo —que Masse estima, como he dicho
en un minuto aproximadamente—, los dos seres subieron al aparato.
La puerta se cerró «como la parte delantera de un archivador
de madera», pero Masse pudo seguirlos viendo a través de
la cúpula. Ambos estaban vueltos de cara hacia él cuando el
objeto despegó para alejarse en dirección opuesta, deteniéndose
primero a pocos metros de altura y elevándose después oblicuamente
con la velocidad de un reactor al despegar. Cuando estuvo
a unos sesenta metros de distancia, se desvaneció.
El testigo fue interrogado detenidamente sobre este último
punto por diversos científicos franceses que sentían un interés
particular por el caso, pero Masse insistió en que no podía asegurar
si el objeto se alejó tan vertiginosamente que la mirada no
podía seguirlo, o si en realidad desapareció. No obstante, dejó
bien sentado que «en un momento dado, el objeto estaba allí, pero
al instante siguiente ya no estaba allí». Masse se quedó solo en
su campo, paralizado.
El vocablo «parálisis» no es el más adecuado para describir incidentes
de este tipo. Masse afirmó que permaneció consciente
durante la duración de este episodio. Sus funciones fisiológicas
(respiración y pulso) no cesaron. Pero no podía moverse. Fue entonces
cuando de veras se asustó. Solo en su campo, incapaz siquiera
de pedir socorro, Masse creyó que iba a morir. Solamente
al cabo de unos veinte minutos empezó a recuperar el control voluntario
de sus músculos y pudo volver a su casa.
Este caso tiene una segunda parte. Durante varias semanas
después del incidente, Masse estuvo dominado por una somnolencia
invencible, y tanto sus familiares como los investigadores
observaron que necesitaba dormir tanto, que le resultaba difícil
permanecer despierto más de cuatro horas seguidas. Ésta es otra
característica poco conocida de los casos de «gran proximidad».
Para Masse, hombre acostumbrado a trabajar «de sol a sol»
—como demuestra la temprana hora en que sucedió el episodio—,
ésta fue una consecuencia del incidente muy alarmante y turbadora.
Otro resultado de la publicidad que alcanzó el caso fue el
gran daño que sufrió el campo de Masse, pisoteado por legiones
de turistas que acudieron a ver las huellas dejadas por el aparato.
Llegados a este punto, debo- añadir que Masse es un hombre
muy respetado en todo el Departamento de los Bajos Alpes. Antiguo
combatiente de la Resistencia, agricultor laborioso que goza
de una posición desahogada, es considerado como persona absolutamente
digna de confianza por parte de las fuerzas de la gendarmería,
que investigaron el caso bajo la dirección del capitán
Valnet, de Digne. Sin embargo, este hombre nos cuenta una historia
que no sólo parece fantástica, sino que es completamente
increíble.
fuente:
pasaporte a magonia de jacques vallee